Y después de volar tan alto, te das cuenta de que no tenías alas para hacerlo, y caes tan rápido que no te das cuenta hasta que ves sangre a tu alrededor y observas que tu corazón aun no ha bajado.
Lo alcanzas a ver desde donde estás. Cae cada vez más rápido. Tratas de moverte pero estás muy adolorido: el cuerpo no te responde. Y te desesperas. Y te carcome la rabia y el coraje de no poder hacer nada para evitarlo, para impedir que tu corazón caiga y sea destrozado en mil y un pedazos. Y te da aún más coraje el saber que ya había pasado.
Y empiezas a lanzar blasfemias hacia ti mismo por no hacer nada. Y el cuerpo te duele. Y tu cabeza da vueltas de la rabia y la desesperación que sientes... cuando lo esperado sucede: para tu desgracia, lo ves todo en cámara lenta, ves cómo tu corazón cae al suelo, alcanzas a ver los cristales rotos y mucha sangre salpica por doquier.
Observas con doloroso detalle cómo cada uno de los pedazos vuela por el aire, cuando sientes una terrible explosión dentro de tu pecho. Y gritas. Gritas como si estuvieses siendo torturado, como si estuviesen clavándote una espada lentamente.
Lágrimas corren por tus mejillas. No quieres ver más. No quieres sentir más. Pero es inevitable.
El dolor que sientes es inevitable e incontrolable.
De pronto todo el entorno se paraliza. Los pedazos de tu corazón, ahora sin forma alguna, se detienen en el aire justo antes de que caigan al suelo. Gotas de sangre se inmovilizan.
No sientes nada.
Vacío.
Te levantas y vas caminando hacia el lugar del siniestro. Hacia el epicentro de tan terrible sacudida. Pero no sientes tus piernas. No sientes tu cuerpo. Llegas, te arrodillas ante el cadáver ingrávido.
Automáticamente tu mano, tus dedos rozan los cristales flotantes. Alcanzas a ver cómo las gotas de sangre, flotando en medio de la nada, están estáticas. Sin movimiento alguno. Tus manos ahora rodean una de esas gotas y las palmas, apenas tocando una de esas partículas se funden en tu piel.
Justo en ese momento, cual reversa en una película, la sangre estática y los cristales de lo que alguna vez fue tu corazón, se unen otra vez.
Empiezas a sentir en tu pecho una presión muy leve y un dolor apenas perceptible. Te das cuenta de que los pedazos que se van fusionando toman la forma de tu propio corazón pero, inexplicablemente, éste corazón nuevo se ve más grande y más saludable aún. Late con más fuerza y los colores son más brillantes y nítidos.
Y en ese momento, te das cuenta de que no es tan malo como parece. En ese momento cubres tu corazón con tus manos y sientes un aura cálida emanando de tu nuevo corazón.
De tu corazón reformado.
Y lo llevas hacia tu pecho. Y se funde contigo. Están juntos otra vez. Te levantas con más fuerzas y te vas del lugar del siniestro, no sin antes guardar automáticamente en tu cerebro aquél momento fatídico en que tu propio corazón se suicidó. Y renació. Como siempre lo ha hecho.
1 comentario:
;___; soo god damn sad.
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